9.25.2012


Anaïs Nin - Diario I
20 de Mayo de 1932

Nuestras miradas se encontraron. La suya era triste, muy seria, y me gustó, me emocionó.

Es necesario que haya siempre algún secreto.

Yo niego todos los valores acerca de los cuales insistía: voluntad, dominio de sí mismo, modales, éxito, estética, elegancia, valores mundanos o aristocráticos, valores burgueses.

Es verdad que paseo con Henry o Fred, o con Herny y sus amigos, por calles por las que jamás se aventuró mi padre, que frecuento bares en los que nunca entró, que hablo con gente que jamás hubiera admitido en su casa.

- ¿Por qué símbolos? -preguntó Henry.
- Porque es la única manera de retenerlos. Como ideas te pertenecen y se incorporan a tu mundo. Como seres humanos..., bueno..., la vida moderna hace muy precarias las amistades.
- ¿Y qué necesidad hay de retenerlas? -preguntó Henry-. Yo no me pego nunca.
- Tú vives si patrón fijo, sin dirección, fluyes simplemente como una veleta sin brújula. Tienes que seguir siendo salvaje, careciendo de timón. Hay cierta coherencia en tu desorden. Pero alguien tendrá que cuidar de ti. 

No necesita suicidarse. En realidad ya está muerto. No había visto nunca a nadie tan marchito por dentro, tan muerto en vida.

Lo que ocurre es que hay una Anaïs que no puede recomponer todas las piezas, una Anaïs que puede entregarse, amar y, con todo, seguir sintiéndose sola y dividida. 

25 de Mayo de 1932

Penetrad en este laboratorio del alma, donde todo sentimiento pasará por los rayos X del doctor Allendy, para que revelen las obstrucciones, desviaciones, deformaciones y cicatrices que coartan el curso de la vida. Penetrad en este laboratorio del alma donde cada incidente es refractado en un diario, demostrando que todos llevamos dentro un espejo deformado en el cual nos vemos demasiado pequeños o demasiado grandes, demasiado gordos o demasiado delgados, hasta el propio Henry tan libre, tan alegre, tan indemne de cicatrices se cree. Penetrad aquí y descubriréis que el destino puede ser dirigido, que no es necesario seguir esclavizado por la primera huella impresa en una sensibilidad infantil. No es forzoso que el primer molde marque para siempre. Una vez roto el espejo deformante, el restablecimiento de la unidad y la alegría son posibles.
Las operaciones de disección y exploración corren a cargo del doctor Allendy. Yo lo cribo todo en mi diario, para eliminar impurezas y errores. Y luego, con tacto, poesía y arte transmito a Henry lo que he aprendido. Cuando le llega a él ya ha desaparecido todo el olor a clínica. Ya no queda nada de la jerga habitual de los psicoanalistas. Algunas cosas las rechaza, pero cuando están adornadas, salpimentadas y dramatizadas adecuadamente, le interesan. Así, yo le cuento al doctor Allendy toda mi vida, y Henry me cuenta a mí la suya.

El hombre no llega nunca a conocer la soledad que experimenta una mujer. El hombre permanece en la matriz de la mujer sólo para reunir fuerzas, se alimenta de esa fusión, y luego se levanta y sale al mundo, a su trabajo, a la guerra, al arte. No se siente solo. Está ocupado. El recuerdo del baño en el fluido amniótico le da energía, lo llena. La mujer puede estar también ocupada, pero se siente solitaria. Para ella la sensualidad no es sólo una ola de placer en la que se ha sumergido, sino una carga de alegría eléctrica por el contacto con otro. Cuando el hombre yace en su matriz, ella se encuentra realizada, cada acto de amor es para ella una posesión interior, un acto de nacimiento y renacimiento, de parir un niño y parir un hombre. El hombre llega a su matriz y renace cada vez con un nuevo deseo de actuar, de SER. Pero para la mujer la realización no está en el nacimiento, sino en el momento en que el hombre se encuentra en ella. 

¡El amanecer! El amanecer, repetí. Henry creyó que para mí era el amanecer en sí lo que constituía una nueva experiencia. No pude explicar lo que sentía. Era la primera vez que no me había forzado a huir; era la primera vez que me entregaba a la confraternidad, la comunicación, las confesiones, sin sentir repentinamente la necesidad de huir.
Antes, para ocultarme a mí misma el drama de este perpetuo divorcio, le echaba la culpa al reloj. Era hora de irse, en vez de tengo que irme porque me resultan demasiado difíciles las relaciones humanas, porque su fluir y su continuidad me resultan demasiado tensos y laboriosos
No pude seguir interpretando ese papel. No puedo pretender simular que me encuentro en armonía y sincronizada con los demás. ¿Dónde está la salida? Huir. La imperiosa necesidad de huir.

Era como un extranjero a quien se acoge en los brazos abiertos en un país desconocido, donde se siente como en su casa, comparte las fiestas, los nacimientos, las bodas, los funerales, los banquetes, los conciertos, los cumpleaños... y, de pronto, me di cuenta que no hablaba su lenguaje, que todo no era sino un juego de cortesía. 

Ansiaba ser la mujer que sollozaba o reía; la mujer a quien se regalaba una flor para que se la pusiera; la mujer que recibía ayuda al subir al autobús; la mujer asomada a la ventana; la que se casaba; la que estaba dando a luz.

El arte era un remedio contra la locura, un alivio de los terrores y dolores de la vida humana.

Me irrita que encasille tan rápidamente mis sueños y mis sentimientos. Cuando se calla yo hago mi propio análisis.

Ahora me río de mi propia seriedad, de mis esfuerzos por comprender a los demás, por no herirlos. 

- ¿Se ha vuelto loco Richard? ¡Bravo! Vayamos a verle. Bebamos antes para ponernos a tono. Es algo raro, soberbio, que no pasa todos los días. Espero que esté realmente loco, que no sea una simulación.

- Ése es el peligro. Te prepara para vivir, pero al mismo tiempo expone a graves decepciones, porque da un concepto muy elevado de la vida y soslaya los momentos aburridos o de estancamiento. En tus libros, tú también llevas un ritmo acelerado, y presentas serios acontecimientos tan llenos de vehemencia que supuse que tu vida era delirante, embriagada. 

No desespero de poder reconciliarla a usted con su propia imagen.

"¿Aceptarías la responsabilidad de llevarme del brazo por la calle?". (¡Tan escandaloso era su vestido!)

Doctor Allendy: Lo raro siempre asusta. Quizá usted creía que su originalidad impresionaba, pero puede repeler a la gente.
Anaïs: Nunca pensé en eso. Me atrae lo no convencional. Cuando llegue a ser "normal", ¿qué pasará con mi arte en el vestir? En realidad no quiero ser normal, estereotipada. Sólo quiero adquirir la fuerza y el valor de vivir más plenamente la vida, de tener mayor número de experiencias y de disfrutar más. Incluso quiero cultivar mis rasgos menos convencionales para volverlos aún más originales. 

¿Querer lo imposible? ¿Morir por no poder alcanzarlo? ¿Desdeñar las soluciones de compromiso?

La lluvia no le molesta. Sólo el hambre o la sed. Las habitaciones sórdidas no le molestan. La pobreza no le molesta. En la vida siempre sigue sus impulsos. 

Anaïs: De todas mis experiencias, ¿cuáles fueron las no auténticas? ¿Cómo podría encontrar un modo de distinguir unas de otras?
Doctor Allendy: Las auténticas son placenteras.

Él quería saber por qué dejé de ir una semana. ¿Para volver a contar sólo conmigo misma, para luchar sola, para rehacerme, para no depender de nadie? ¿Por qué? El miedo a sufrir. 

En mi diario de infancia, escribí: "He decidido que es mejor no amar a nadie, porque cuando amas a personas tienes que separarte de ellas, y eso hace demasiado daño".


Junio de 1932

Pero preferí abandonarme a esa especie de incoherente embriagadez que ahora me resulta tan relajante.
Henry y yo poseemos esa doble lucidez con algunos instantes de abandono completo. Y quizá sea ésta la razón por la cual nos atrae la locura de los poetas, Rimbaud, Tristan Tzara, los dadaístas, Breton. Las libres improvisaciones de los surrealistas rompen la simetría y el orden artificial de la conciencia. En el caos hay fertilidad. Qué difícil es ser sincera cuando a cada instante es necesario que elija entre cinco o seis almas diferentes. Sincera, pero ¿con cuál de ellas?, ¿cuál elijo?.

No hay nada malo en interpretar papeles siempre que no me los tome muy en serio. A mundo, soy demasiado sincera y me lanzo hasta el final.
Me preguntó que dónde había sido más feliz. Feliz de verdad, con una felicidad tranquila.
- Ya ve -dijo el doctor Allendy-, usted quiere gustar, quiere ser amada y se dedica a adoptar poses; hasta su mismo interés por lo perverso es una pose. Le falta  a usted fe en sus propios valores fundamentales. Tiene demasiada fe en lo accesorio.