11.16.2011


Anaïs Nin - Diario I
Abril de 1932


Es un tímido y triste payaso, de ojos tristes.

Parecía muy serio. Su violencia se consumió por sí sola. La tosquedad, en la alquimia, se convirtió en fuerza. Henry había recibido una carta de June, escrita en lápiz, irregular, loca, como los sencillos y emocionantes lamentos de un niño que grita su amor por él.

-Tú no quieres que en tu obra entre la suavidad, la ternura, sólo pones en lo que escribes el odio, las rebeldías, la violencia. Yo no he hecho más que poner lo que tú omites. Lo dejas no, como crees, porque no lo sientas, no lo conozcas o no lo entiendas. Lo dejas sólo porque es difícil de expresar, y hasta ahora tus escritos sólo han sido el producto de la violencia y la ira.

-Un amor así -dice- es maravilloso. No, no odio esto, ni lo desprecio. Puedo ver lo que os odias mutuamente. Lo veo clarísimo. Dejame seguir leyendo. Para mí esto es una revelación.

-Anaïs, acabo d darme cuenta de que lo que yo ofrezco es tosco y burdo en comparación con esto. Me doy cuenta que cuando june regrese...
-¡No sabes -le interrumpo- cuánto me has dado tú! No es nada tosco ni burdo. Ahora - añado luego- ya puedes ver a una June maravillosa.
-No, la odio.
-¿La odias?
-Sí, la odio -dijo Henry-, porque en tus notas puedo ver que tú y yo somos para ella un par de bobos a quienes se puede engañar, que tú has sido engañada, que sus mentiras tienen un sentido pernicioso, destructivo. Tratan, insidiosamente, de hacer que me veas deformado, lo mismo que yo a ti. Si June regresa logrará envenenar nuestra relación. Lo temo.
-Entre tú y yo hay una amistad que June no puede entender.
-Y nos odiará por esa razón. Combatirá contra nosotros con sus propios medios.
-¿Cómo va a destrozar nuestra mutua comprensión?
-Con mentiras -dijo Henry.

La burla, la rebeldía, la revolución; eso ha sido su obra hasta ahora, sólo eso. Y despreocuparse. Destruir es fácil.

Si lo que dice Proust es cierto, si la felicidad es la ausencia de lo febril, yo no podré nunca llegar a saber qué es la felicidad. Porque me posee una fiebre de conocer, de experimentar, de crear. 
Creo tener una conciencia inmediata de la vida que es mucho más terrible y dolorosa. No hay ni lapso ni distancia alguna entre yo y le presente. Conciencia instantánea. Pero también es cierto que, cuando escribo, después, capto mucho más, comprendo mejor, desarrollo y enriquezco.
Vivo más el momento. Lo que se recuerda después me parece que no es tan cierto. ¡Tengo tal necesidad de verdad! Seguramente esta necesidad de registrar inmediatamente es lo que me impulsa a escribir casi al mismo tiempo que vivo, antes de que cambie, antes de que la distancia o el tiempo me alteren.

June le ha agotado, ha agotado por completo su capacidad de sentir celos y de sufrir. Ya sólo le queda la capacidad de gozar de la paz. 
Yo palio los sufrimientos de los demás. Sí, siempre me encuentro suavizando golpes, disolviendo ácidos, neutralizando venenos a cada momento del día. Trato de satisfacer los deseos ajenos, de hacer milagros. Me esfuerzo por hacer milagros.
<<Vivir una mentira que no es una mentira, sino un cuento de hadas>>. ha escrito Henry.

Lectura de Proust anotada por Henry:
Por otro lado, no es casualidad que los seres intelectuales y sensibles se entreguen siempre a mujeres insensibles e inferiores. Hombres así tienen la necesidad de sufrir. Esos seres intelectuales y sensibles están, por lo general, poco inclinados a la mentira. Por ello, ésta les coge desprevenidos porque aunque sean muy inteligentes viven en un mundo de posibilidades, apenas si reaccionan, vive en el dolor que una mujer acaba de infligirles más que en la clara percepción de lo que ella quería... Es así como una mujer mediocre se convierte en el objeto de su amor, enriqueciendo un universo mucho más de lo que hubiera podido conseguir una mujer inteligente. Mentiras... todo esto crea, ante un intelectual sensible, un universo hecho de profundidades que sus celos querrían sondear y que no dejan de tener interés a los ojos de su inteligencia.
 Henry dice que pega a June, pero sólo lo hace verbalmente o al escribir. Ante ella Henry es débil. Henry es incapaz de lograr que a su lado una mujer se sienta protegida. Siempre se ha dejado proteger. Es quizás ésta la razón por la que June puede decir: <<Le he amado como a un niño>>. ¿Seguirá Henry afirmando su masculinidad solo a través de la destrucción y la ira, para luego, cuando aparece June, volver a inclinar la cabeza y aguantar?


Furias y orgías dionísticas. <<La vida es asquerosa, la vida es asquerosa>>, grita.


Me imagino que debo llevar cien años durmiendo en el mundo los poetas, y no tenía ni idea de que el infierno estuviera en la tierra. 
He estado pensando que podría dejarle a Henry todo lo que he escrito sobre él. Pero luego me han entrado dudas, porque me parecía oírle decir: <<¿Por qué es tan agradecida?>>. Se reiría de mis acciones de gracias. Y, además, Fred escribe sobre él: <<Pobre Henry, me das lástima. No tienes gratitud porque no amas. Para ser agradecido es necesario saber amar. 
Como el deseo va siempre hacia aquello que está directamente opuesto a nosotros mismos, nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir.
-Los destructores no siempre destruyen. June no te ha destruido; no del todo. Lo esencial en ti es el escritor, y el escritor está en pleno auge.

profundamente el aire impregnado de olor a madreselva, el sol, los copos de nieve invernales, los azafranes de la primavera, las rosas, los canturreantes palomos, los trinos de los pájaros, toda la precisión de vientos suaves y olores fríos, de colores frágiles y cielos con textura de pétalos, las viejas cepas nudosas semejantes a grises serpientes, los tallos verticales de las ramas jóvenes, el olor húmedo de las hojas viejas, del suelo mojado, de las raíces desenterradas y la hierba recién cortada, invierno, verano y otoño, salidas y puestas de sol, tormentas y calmas, trigo y castaños, fresas y rosas silvestres, violetas y troncos húmedos, campos quemados y nuevas amapolas.
Henry viene a turbar la cordura que trato de mantener, mi pasión por la verdad (es cierto que June es bella y merece a pasión). Desconfía de la suavidad, prefiere lo explosivo. Desafía la sonrisa que siempre aparece en mis labios. La arranca como si fuera una máscara de carnaval. 
Hace añicos la reserva que tengo para dominar lo explosivo de mi temperamento y no herir a nadie. Hace aflorar la Anaïs oculta que vive a varias brazas de profundidad. Le gusta revolver la tierra. Su papel consiste en lograr que todo siga en movimiento, porque del caos viene la riqueza, como de las conmociones nuevas semillas.


Yo me di completa y aniquiladoramente a mi madre. Durante muchos años estuve absorta en mi amor por ella. La amé sin espíritu crítico, piadosa y obedientemente. Me entregué. Yo era débil, sin personalidad. No tenía voluntad. Ella elegía los vestidos que yo me ponía, los libros que yo leía. Me dictaba las cartas a mi padre o, como mínimo, las leía, las revisaba y las censuraba. Sólo empecé a rebelarme y a definirme a mí misma cuando a los dieciséis años salí de casa para trabajar. No podía salir con chicos como hacían las demás muchachas. Repudié el catolicismo, la cristiandad. Lo que odio es mi debilidad, no su agobiante dominio. 
Hace falta mucho carácter para escribir un largo diario toda la vida, crear varios hogares, viajar, proteger a otros; y, sin embargo, me falta carácter para las relaciones humanas. Soy incapaz de regañar a una criada, de decir una verdad que haga daño, de afirmar mis deseos, de irritarme ante la injusticia o la traición.


"Hallo tanto placer haciendo el mal...", dijo Stavrogin. Para mí esto es doloroso, no placentero.
Lo que me sorprende no es lo que hacen, que podría deberse a mera inconsciencia o egoísmo, sino el placer que encuentran en hacerlo.
Tal gusto por la crueldad debe ser algo que les une de un modo indisoluble. ¿Les gustaría también destruirme a mí? Para las personas hastiadas, el único placer que queda es demoler a los demás.
¿Me enfrento a la realidad? ¿Soy como Stavrogin, que no se atrevía a actuar pero contemplaba fascinado a Stepanovich como si le dejara actuar por él?
¿Sigo siendo, en el fondo, aquella fervorosa chiquilla imbuida del catolicismo español que se castigaba a sí misma porque le gustaban los juguetes, que se prohibía dulces, que practicaba el silencio, que humillaba su orgullo, que adoraba los símbolos, estatuas, velas encendidas, incienso, la caricia de las monjas y la música de órgano, aquella niña para quien la Comunión era un gran acontecimiento? Me causaba tanta excitación la idea de comer la carne de Jesús y beber su sangre que me costaba tragar bien la Hostia, y me aterraba la posibilidad de dañarla. De rodillas, alejada de cuanto me rodeaba, con los ojos cerrados, me representaba a Cristo descendiendo hasta mi corazón con tanto realismo (¡entonces era una realista!) que pedía verle bajar por las escaleras y entrar en la alcoba de mi corazón como un sagrado visitante. Imaginaba que si no me había portado bien, esa alcoba parecería fea a los ojos de Cristo, imaginaba que él podía notar, en cuanto entrase, si estaba limpia, vacía y luminosa, o si, por el contrario estaba desordenada, oscura y caótica. Cuando tenía esa edad, nueve, diez, once años, creo que estuve cerca de la santidad. Y luego, a los dieciséis, molesta de tanto control, desilusionada por un Dios que no me otorgaba lo que le pedía en mis oraciones (el regreso de mi padre), que no hacía milagros, que me dejaba sin padre y en un país extraño, rechacé exageradamente todo catolicismo. La bondad, la virtud, la caridad y la sumisión me ahogaban. Acepté las palabras de Lawrence: "Sólo dan importancia al dolor, el sacrificio, el sufrimiento y la muerte. No profundizan lo suficiente en la resurrección, en la alegría y la vida en el presente".
Hoy, el pasado es para mí como un peso insoportable, advierto que interfiere con mi vida presente y que debe ser la causa de mi alejamiento, de este cerrar las puertas.


Que tristeza, qué frialdad. Es como si llevara escrito sobre mí: mi pasado me mató.
Estoy embalsamada porque una monja se inclinó sobre mí, me envolvió en sus velos y me besó. La helada maldición del cristianismo. Ahora ya no voy a confesarme, ni tengo remordimientos, y sin embargo, ¿sigo haciendo penitencia por mis placeres? Nadie sabe hasta que punto fui una magnífica presa para las leyendas cristianas debido a la compasión y ternura que siento por los seres humanos. Hoy todo esto me impide disfrutar de la vida.


El miedo a la crueldad ha sido el gran conflicto de mi vida. Fui testigo de la crueldad de mi padre hacia mi madre, experimenté sus sádicos azotes a mi hermano y a mí misma, y vi su crueldad con los animales (mató a un gato con un bastón).
La simpatía que sentía por mi madre llegó a la histeria cuando ellos se pelearon, y el terror a sus discusiones, a sus enfados, aumentó hasta el punto de paralizarme después, cuando personalmente llegué a convertirme en una persona incapaz de sentir ira o ser cruel. La incapacidad para la crueldad en la que crecí, es casi anormal. Cuando debería mostrar carácter, me muestro débil a causa de mi temor a la crueldad. 
Para evitar el conflicto me convertí en una reclusa o poco menos. Regresión. Regresé a recuerdos antiguos, a estados de ser anteriores, a imágenes infantiles. Todo esto me impide vivir en el presente. Doy demasiada importancia a la crueldad.
Todo esto me parece muy razonable. Es cierto que me siento fría y reservada, y que necesito confiar en alguien. Necesito que me guíen. 


Todo lo que necesitaba era humor y prudencia.


Siempre huyo de las frases demasiado sencillas porque no contienen nunca toda la verdad. Para mí la verdad es algo que no puede decirse en pocas palabras, quienes simplifican el universo reducen la amplitud de su significado.
Los escritores no viven una vida solamente, sino dos. Primero está la vida y, después, el escribir. Hay que volver a, una reacción tardía.