Anaïs Nin - Diario I
4 de Mayo de 1932
- Doctor Allendy: "De todo lo que usted me dijo se desprende claramente que amó a su padre con adoración, anormalmente, y que usted odiaba los motivos sexuales que le impulsaron a abandonarla. Porque usted comprendía que el motivo por el cual tenía amantes y efectuaba viajes que le alejaban de usted (incluso con la excusa de giras de conciertos), el motivo de la infelicidad de su madre, el motivo de su alejamiento definitivo, eran de tipo sexual. Esto pudo engendrar en usted una cierta hostilidad latente con respecto al sexo".
- Anaïs: "No contra el sexo, pero sí un temor a ser herida a través del sexo, por el sexo, a causa del sexo".
-Anaïs: "Me parecía que los hombres solamente amaban a mujeres grandes, sanas, con unos pechos enormes. Cuando yo era una muchacha, mi madre estaba preocupada por mi delgadez y me recordaba la frase española de que "Los huesos son para los perros". No me creía capaz de gustar a nadie, o de conquistar un gran amor, y por eso aceptaba con gratitud lo que me daban. Fue para olvidar esto por lo que decidí ser artista, escritora, ser interesante, encantadora, una mujer hecha. No estaba segura de ser suficientemente guapa..."
Pero de mis sueños ha deducido un deseo constante de ser castigada o abandonada.
Los hombres son para mí sádicos.
Remueve mis miedos y mis dudas. El dolor de vivir no es nada en comparación con el dolor de esta investigación.
-Anaïs: "Me resisto a creer que yo sintiera miedo de los hombres. Siempre fui muy susceptible físicamente. Era sólo mi romanticismo, mi deseo de un amor leal lo que me impedía sucumbir a muchas tentaciones.
-Doctor Allendy: "Quizá sea usted una de esas mujeres que son amigas, no enemigas, del hombre".
-Anaïs: "Más incluso. Yo quería casarme con un artista más que ser artista yo misma, poder colaborar con él".
Pero cada vez que toca el tema de la confianza puede ver la confusión y la angustia que siento. Me apoyo en el respaldo y me invade el dolor, la desesperación, un sentimiento de derrota.
Lloro. Me siento débil. Es hora de que me vaya. Me pongo en pie y me vuelvo hacia él. Sus ojos azules marino son muy suaves. Se compadece de mí.
- Ha sufrido mucho - dice.
Pero lo que yo quería no era compasión; quería que me admirase, que creyese que yo soy una mujer única.
Conforme avanza el tiempo noto que él está despernado la conciencia de obstáculos y dificultades que podría olvidar fácilmente si me lo permitiera, que está volviendo a despertar todos mis miedos, todas mis dudas.
Henry no analiza, ni sondea, ni trata de comprender.
- Ya has notado que me gusta encontrar fallos, criticar, ridiculizar -me dijo-, pero te aseguro que tengo menos deseos de practicar todo eso contigo que con nadie.
Es paradójico, porque es él quien parece negarse a juzgar, quien no acepta que otros le juzguen. El hombre está lleno de contradicciones.
¿Eran sacrificios, abnegación, desinterés, o ademanes románticos para realzar su personalidad?
-Doctor Allendy: "¿Por qué se confiesa tan raras veces? Usted me dijo que es reservada, que en la mayoría de sus relaciones es la confidente, que la gente le confiesa sus temores y sus dudas. Y usted, en cambio, raras veces lo hace. ¿Por qué? ¿Teme que la amen menos?".
-Anaïs: "Sí. Precisamente eso. Pongo una especie de caparazón a mi alrededor, porque quiero ser amada. Si revelara a la auténtica Anaïs, quizá no sería amada".
-Doctor Allendy: "¿Ha reflexionado alguna vez sobre lo que experimenta cuando las personas le hacen confidencias? ¿Le hace amarlas menos?".
-Anaïs: "No, al contrario, siento simpatía, compasión, las comprendo mejor, me siento más cerca de ellas".
-Doctor Allendy: "¿Ha pensado alguna vez en el alivio que supondría para usted el que pudiera ser completamente abierta y natural con todo el mundo".
-Anaïs: "Sí, a veces pienso que mis relaciones con las personas me imponen una tensión excesiva".
-Doctor Allendy: "Después de todo, ¿qué es lo que teme tanto? Venga, dígamelo, mirémoslo francamente. ¿Cuál es el más grave de los temores que siente?."
-Anaïs: "Mi mayor temor es que la gente llegue a darse cuenta de que soy f´ragil, de que físicamente no soy todavía una mujer madura, de mi vulnerabilidad emocional, de que mis pechos son pequeños como los de una adolescente. Y todo esto lo encubro con mi comprensión, mi prudencia, mi interés por los demás, mi agilidad mental, mis escritos, mis lecturas: encubro a la mujer, para revelar solamente a la artista, la confesora, la amiga, la madre, la hermana. Y me siento todavía más desgraciada desde que he visto a la mujer que es mi ideal de mujer, June, con su voz grave y ronca, su cuerpo lleno y robusto, vigoroso y resistente, capaz de quedarse toda una noche en vela bebiendo sin parar.
-Doctor Allendy: "¿Se da usted cuenta de cuántas mujeres hay que envidian su silueta, su gracia? ¿Cuántos hombres hay que encuentren infinitamente atractiva a la mujer que tiene aspecto de adolescente?".
Porque éste es el momento en que revivo mi vida como si se tratara de un sueño, un mito, una historia interminable.
La gracia y el encanto se vuelven secundarios, la superficialidad desaparece y empiezo a buscar compensaciones.
Se sonroja, es elocuente, borracho, absurdo. Se emborracha con las palabras.
Sus ojos son suplicantes, pero es una súplica de sacerdote, de alguien que esconde su humor y su capacidad de burla.
Me encantan las largas noches en que discutimos en el café y vemos cómo amanece, mientras los adormilados obreros acuden a su trabajo o van a beberse un vaso de vino blanco en la taberna. Pasan los niños camino del colegio, con sus delanatels negros y las carteras de los libros a las espaldas, como si fueran excursionistas. Yo siempre voy con mi diario rojo. LO hago por costumbre ya que no escondo secretos en él.
De todo esto saldrán grandes cosas. Siento que está fermentando.
Cuando se ríe, sacude la cabeza como un oso.
Antes de leerlos yo era inocente, pero cuando terminé de leerlos todos no había hazaña sexual que desconociera. Algunos estaban bien escritos, otros eran puramente informativos, y otros sensacionales e inolvidables. Fue mi licenciatura en erotismo popular.
Me abrieron los ojos y los sentidos, me sensibilizaron tanto que me di cuenta de la presencia de maisons closes, de barrios con luces rojas, de las prostitutas en los bulevares, del significado de las cortinas corridas a media tarde, de las habitaciones alquiladas a tanto la hora, del papel desempeñado por los peluqueros de París (los grandes alcahuetes), y de la aceptación general de la separación entre amor y placer.
Había empezado a conocer la vida a través de la literatura y no es de extrañar que luego, cuando entré en la vida, hubiera ocasiones en las que me diera la sensación de estar viviendo escenas que parecían de novelas y no de mi propia vida. Ocasiones en las que reconocía habitaciones que ya había visto en las cubiertas de los libros de Mr. Hansen.
Me gustaban más las novelas baratas, contenían más información.
El mundo de Henry me parece más sincero. D e mi padre nunca me gustó su amor por lo mundano, su necesidad de lujo, su vida de salón, su afición a los títulos nobiliarios, su enorgullecimiento por pertenecer al mundo de la aristocracia, su dandismo y su complicada vida mundana.